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Mi vida se ha desarrollado siempre en base a tres variables: la creatividad, la curiosidad y la sensibilidad.
Desde muy, muy pequeña, empecé a estudiar música. También hacía (y hago) teatro en un par de compañías, pintaba y dibujaba… Pero la música era distinto.
No es que se convirtiera en mi pasión, porque siempre lo había sido. Simplemente lo fui descubriendo. A día de hoy, lo sigue siendo, pero conforme me formaba me di cuenta de que es algo que está demasiado ligado a mi sensibilidad y a mi más pura esencia como para apostar por ello a nivel profesional. Al menos, por el momento.
Ser curiosa me facilitaba mucho el colegio. Aprendía de verdad. De hecho sigo recordando muy vívidamente páginas de mis libros, situaciones, lecciones y trabajos. Pero cuando sonaba el timbre, esa curiosidad seguía ahí. Devoraba libros de mitología griega, de escritura, más tarde de Psicología y sociología…
Y en cuanto a la sensibilidad… Os voy a hacer el favor de simplemente contaros la anécdota de que cuando tenía un par de años y nació mi hermana empezaron a salirme serias alergias a todo que duraron un año. El quincuagésimo alergólogo que mis padres consultaron concluyó que se habían debido al estrés por el cambio en el núcleo familiar. Sí, fui alérgica a mi hermana.
Estudié Publicidad y Relaciones Públicas, y durante ese periodo me vi forzada a frenar. Fue un tiempo en el que llegué a conocer muy bien cómo funciona mi cabeza. Utilicé toda mi creatividad y curiosidad para conseguir que la sensibilidad que me permite disfrutar tanto de esas otras dos partes de mí no me dominara al mismo tiempo.
Y aunque a día de hoy creo que es un camino de toda una vida, cuando terminé la carrera, y mientras me seguía formando, decidí apostar por mí y por todo lo que estaba descubriendo aplicándolo a la comunicación, y concretamente al campo que mejor se adaptaba a ello: el branding.